Estas mañanas de otoño, de lo que permanece del otoño, en
poco se parecen a las que yo he vivido. En nada, sino en la lenta luz que
traspasa los setos y hace fulgir las gotas del rocío que porfía. En nada más
que en esa ‘ocritud’ que invade pusilánime las copas de los álamos y los
castaños. En nada a no ser en la impalpable presencia de algo muy semejante a
una desbandada, a un final desiderable y tardo. A no ser en las pláticas de los
‘raitanes’ que se posan aún en los cables de octubre y escucho todavía como un
a ser diminuto que avista un gran milagro. Excepto en los ovillos de niebla que
destilan, a lo lejos, las aldeas que bullen y madrugan.
Estas mañanas de otoño en las que me levanto con cierta
hipocondría y ya desde muy pronto me siento un ente solo en medio de la tierra,
al borde de unas horas, me obligan a pensar que sólo persevera intacto y
puramente lo que el hombre no toca, lo que ignora y desprecia por impotencia
acaso; aquello que adivina que no alcanza y relega y olvida para siempre con
desprecio de humano. No más que las exactitudes libres e incorruptibles, los
incorpóreos atlas de la luz, la voluntad del sueño, las aspas del ciclón o el
ímpetu del fuego.
Estas mañanas de otoño me confunden. Una acidez extraña me
despierta a menudo y algo deshoja en mí, algo se hunde muy cerca de mi
respiración, justo donde reciclan el corazón y el vértigo. Y, como el niño que
era, vislumbro que me aplastan la oscuridad y el peso. Que me sellan los ojos
con angustia a destajo, que me obstruyen la boca con un chorro de espanto. Que
una fiebre exaltada me aminora, hasta el punto de ver cómo me escurro entre mis
propios dedos y me escucho filtrar con la fútil finura de un hilo de ceniza.
Estas mañanas son un indicio certero: nunca descifraremos lo
que dicen los pájaros cuando surcan el aire, ajenos a nosotros, tenacidad
arriba, como rumbo a un destino -qué distintos al hombre que se mata y los
mata- muy querido. Nunca lo que chispea altísimo, entre los astros, en estos
amplios cielos de noches tan templadas. Jamás por qué siguen surgiendo los ríos
y las fuentes con transparencia sólida; por qué no se han tragado tras tanta
tropelía; por qué nos son tan útiles aún con su frescura. O por qué en un
deshielo de coraje no bajan y revientan el mundo.
En poco se parecen a octubre estas mañanas, mas son mañanas
frágiles y saben a corteza de humo campesino, a convicción rural, a
incertidumbre en rama y de esta voz de liquen han caído estas hifas sin valor
ni sustancia.
La Voz de Asturias
8 octubre 2011
Voz: María García Esperón
Música: Canon de Pachelbel
MMXI
8 octubre 2011
Voz: María García Esperón
Música: Canon de Pachelbel
MMXI