jueves, 30 de diciembre de 2010

Atrás, al fondo del vacío



Para Manuel García Viejo

Nada transitable nos queda atrás, Manolo, amigo. Nada con latido. Atrás es nunca, por más que un día haya sido un ahora, por más que fuera entonces y realidad segura. Posee árboles y montañas esbeltas y ríos que transcurren con caudal soñoliento y rebaños que pastan en laderas valladas con luz inverosímil. Y fresnos que dan sombra a la siesta de los antepasados segadores. Atrás es todo, espejismo constante de nuestra trayectoria, perspectiva ilusoria del hoy para el mañana, panorama de sombras. Atrás es siempre, a cada paso, a cada instante, coexistencia muerta de lo que pudo ser y no ha surgido, de lo que acaeció tan noble y pasajero, de lo imposiblemente cierto e inexorablemente huido.

Podrás escuchar mirlos en las proximidades de la mañana. Y verte corretear bajo los avellanos con las piernas heridas por el sol y las zarzas. Y cazar saltamontes y grillos por las cuestas praderas del pasado. Podrás adormecerte en los cuartos pintados de verano y frescor, con balcones abiertos de par en par y el baño de claridad de luna. Podrás, inevitablemente, asomarte a la noche y oler la actualidad del estiércol en julio, pero sin acercarte demasiado a la fragilidad de su apariencia. Sin estirar los brazos y querer abrazar ninguna imagen. Romperías los hilos de la tela de araña que nos une al ayer y caerías de bruces a la vida.

Sentirás a menudo que te llaman tus seres, desde el fondo del humo, desde los almacenes donde se amontonaban los sacos y la escanda, el tinte para luto y abrigos de los difuntos. Escucharás sus pasos sobre las falsas vigas que apuntalan el peso y los pasillos de la extensa memoria. Y al mediodía, los platos y el eco de las tapas de las potas, y el vaho de los pucheros que aún cala en la felpa de las horas y en tu ropa de diario. Los verás como eran, con su carne y sus gestos. Mas déjalos vivir su eternidad, no los avives; si acaso los nombraras, si a ellos te acercaras en exceso, sus partículas leves, como cuando desprende la madera muy vieja el polvillo de huecos y carcoma, desplomarían en ti su falso brillo.

Acudirás muchas veces a rincones perdidos para cualquier futuro y a guardar equilibrio por las piedras y el musgo del reguero inmutable. A fragantes comarcas de manzanos y guindos y sanjuanes. Y en tu gusto y tu tacto se posarán el volumen intenso de la hierba cortada, la personalidad de las cerezas, la mansedumbre del arándano, y paladearás el jugo de la infancia, la joven acidez de los deseos. Te allegarás a la edad del bocadillo tierno, al bálsamo del pisto en las cocinas al declinar la tarde. Y querrás que sean ciertos los antiguos sabores, el tocino tostado apretado entre el pan, la blandura del plátano y el dulce elaborado, con lentitud, en casa. Pero no serán más que aromas protegidos en las alacenas del olvido, ramilletes de nada que desecan y sanean tu nostalgia como cañas de arbustos saludables. Remordimientos, bayas agraces muy amargas.

Oirás el cabruño del crepúsculo, el filo mineral de las guadañas, lamentos de venados y cuervos en la hondura del bosque. Mirarás cómo pasa, temprano con los gallos, un autobús de línea, camino al más allá, con viajeros que no habrán de retornar jamás. ¿Todo ha sido tan breve, tan dolorosamente vano, tan corta esta distancia enorme? Y sufrirías un frío como el que se guarece en haciendas vacías, en estancias cerradas, en sus muebles silentes. Pasarán por tus ojos orígenes y entornos. Nada de lo que es de todo lo que ha sido. Y quedarás pensando: vida, ¿por qué fluyes tan rápido? Tierra, ¿por dónde hacia el regreso? ¿Padres, por qué me habéis abandonado? Nada atrás, amigo. Cada después de ahora, cada antes del después, nuevo vacío.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Días de más ausencia


Cómo se echan de menos los muertos estos días. Son días de la vida, como otro día cualquiera, pero se añora más su presencia en la casa, está más solo el cuarto, más callado el silencio, más vacías las sillas. Están más descuidados los belenes y el río. Se percibe más honda su ausencia de la tierra y no son más que días de invierno y de diciembre, días, al fin y al cabo, de frío y luz ceniza. Pero algo reverdece de pronto en la memoria y surgen los recuerdos como con más frecuencia. Algo emerge del musgo que nos los actualiza.

Parece que apetecen más que nunca su abrazo, sus cuerpos protectores y la sinceridad de su sonrisa. Parece que hacen falta sus manos encendidas en la llama festiva de las velas, entorno a los adornos, sobre el núbil penacho de las piñas. Parece que se apagan interminablemente las noches muy temprano y que hasta las paredes son del mismo grosor que la melancolía. Y sabe a soledad el pan de nuestras cenas. Y se extrañan sus ojos, mirándonos humanos, y hasta el árbol aflige sus alegres bombillas. Y huelen a su ser el vino y las burbujas, la sopa y las tarteras. Desprenden su ternura las frutas escarchadas y la amable textura de las guindas.

No sé por qué sucede esta especie de espina. No sé de dónde surge esta raza de pena. Pero vienen en todo mucho más que otras veces: en las horas que cruzan vestidas con sus ropas, en la nieve que asoma en sus nombres de cima, en los brillos ingenuos de los espumillones, en la infancia que guiña en las estrellas. Vienen hasta nosotros, aunque no estén aquí, porque los precisamos y ellos nos necesitan, porque oyen el llanto de alguna pandereta, porque buscan el fuego y el sagrado calor de la familia.

Bajan desde los villancicos y de la luna llena. Pasan sobre la nieve, con sus capas de humo y sus frágiles huellas hacia la lejanía. Y se escucha su aroma en el inofensivo perfil de los acebos y en el gesto infeliz de las almendras. Cómo se echan de menos los muertos estos días. Son días como otros días, pero mucho más yermos. Tal vez porque nosotros estamos cada año más desiertos, acaso por temor a que ellos nos olviden, sumidos en su paz y en su substancia eterna.

(C) Aurelio González Ovies
La Nueva España, 23 de diciembre 2010
Voz: María García Esperón
Música: Ludovico Einaudi
MMX

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Galería de imágenes


(Para E. I. y R. S.)

Quisiera erguir un verso como un túnel,

entrar en vuestra piel, con una lámpara;

quisiera descender al corazón

por alguna de tantas bocaminas.

El halo de la luna en el Nalón,

la noche que se enciende en las ventanas,

la fiambrera puesta en el alfeizar,

el bocadillo envuelto con el alba,

el humo que madruga en las cocinas.

La povisa azulada de las berzas.

El castillete oculto entre las zarzas.

El chivo atado que rumia el silencio.

Los cobertizos, el bidón del agua,

las eras a la orilla de las vías.

Los tendales frecuentes con las mudas,

el fatu de los fines de semana,

las estriadas manos que enjabonan,

la blancura gastada de las toallas.

Sirenas: doce en punto de la vida.

Las barriadas que surgían del cisco,

el vinagre y el Fóster de las chapas;

la lentitud del tren que iba al pasado,

la carretera nueva hacia la nada,

un volador y un santo y una ermita.

Las casas que no ocultan su humildad,

el privilegio grande de una casa,

sus cuartos de humedad, baldosa y friso,

la cal obrera y descascarillada,

las barriadas que crecen y se apilan.

La tierra y la mañana que retumban,

la espera, el nerviosismo, la mañana.

Las familias que llegan de muy lejos,

el cartero con la esperada carta,

las tísicas libretas de familia.

El sabor gris de los economatos.

El olor acre de las bacaladas.

El costoso jornal. El día 10:

el aceite, el azúcar, las conservas,

la palidez antigua de la harina.

La tizna de la raza de los padres,

los párpados del padre que no aclaran,

el padre que a las cuatro se despierta,

el padre libre que vive entre jaulas,

el padre que no ve la luz del día.

Los chigres donde se bebe el ahora,

el ahora, más firme que el mañana,

el ahora y el hoy de pisar suelo;

el bar-tienda, la esquela en la fachada.

El hechizo de las confiterías.

El tendido de cables. Los calderos.

Las mujeres que charlan y repasan.

El cuello ácido de las chimeneas.

Los bronquios agotados de las fábricas.

La infancia del cemento y la uralita...

Aquí dejo el candil de mi palabra,

es de carburo, alumbra al pronunciarla:

no es tarde nunca. Es siempre todavía.

(Leído en Teatro Municipal de El Entrego. Año 2007)

sábado, 18 de diciembre de 2010

Vengo del Norte II, recita Joaquín de la Buelga


II

De dónde soy, me pregunto a veces, de
dónde diablos
vengo, qué día es hoy qué pasa.
Pablo Neruda


VENGO del Norte,
de donde la tristeza tiene forma de alga,
de donde los siglos son muy anfibios todavía,
de donde las grosellas son un veneno puro
para beber un trago cada noche.

Vengo de allí a conquistar paisajes malheridos,
a dar voz a los ecos de estos valles
que nunca se han hablado más que con señas de humo.
Ella viene conmigo,
con todos los caminos enroscados al cuello
y una perla de hambre colgada de su frente.
Quiero vallar aquí la eternidad para todos los míos,
para todos los hombres que desciendan de un padre
carpintero,
para todos los muertos condenados a girar esas aspas
del eterno retorno.

Mirad aquellas tierras, aquellas plantaciones
de pájaros mojados,
mirad aquellas granjas donde todos los días
el sol devora el pan.
Mirad y, por última vez,

podéis llorar al pie de los lechos del trigo
que agoniza.
Porque vengo del Norte,
de donde nunca anidan las cigüeñas
porque las torres tienen que apuntalar el cielo;
de donde el frío habita el carbón de los lápices
y hay una flor gitana que cura el desencanto.

Vengo de allá,
de un paseo marítimo alumbrado con gas de calaveras
y estrellas de carburo.
Ella viene conmigo porque lleva en el vientre
más de doscientas conchas
y un hijo sin edad como los faros.

Ahora la prisa está bajando su marea,
ahora las caracolas tienen un rey de nácar,
ahora cada ola desemboca un destino
y yo os vomitaré un mar
para que nunca más os encontréis solos,
para que los auspicios os lleguen en botellas
y podáis escribir al horizonte.

Vengo del Norte,
y sé un poco del trayecto de la muerte
porque allí desembarcan sus galeras.
Escuchadme y seguidme,
os traigo grana verde de la palabra
que sangran los manzanos
y dentro de unos años nuestra felicidad podrá estar
muy madura.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Lidia en muchas voces


Hazme magia otra vez
-me pide Lidia.
Y con cerrar los ojos como hace el sueño,
con coserles dos alas a los deseos,
nos despierta en las manos toda la vida:
Una veces con uvas de nuestro huerto,
llenamos garrafones de fantasía;
otras veces con hilos que quedan sueltos
repasamos palabras descosidas.
Y alguna tarde que otra cuando hace viento
vamos hasta lo alto de una sonrisa
y lanzamos cometas con pensamientos
de los mismos colores que la alegría.
Sigue haciendo magia,
-repite Lidia.




Alumnos de 3er. grado del CP Guillén Lafuerza, Oviedo.
Realización: Alfonso Pascón
MMX

jueves, 16 de diciembre de 2010

La estación de los versos


Cuando en otoño caen frutos y hojas,
recorremos los árboles colgando estrofas.
Y como algunos árboles nunca las pierden
ésos son los que llaman de hoja perenne.
Otros en cambio siempre las pierden todas
porque caducan pronto y se deshojan.
A los acebos les va como al dedillo
un villancico alegre con estribillo.
Pero a los pinos verdes y a los abetos
los adornapiñamos con un soneto.
Y a los altos castaños llenos de erizos
les damos castañuelas de endecasílabos.

martes, 14 de diciembre de 2010

Qu'haya pa toos agua


Qu'haya pa toos agua, igual qu'hai pa toos sede.


Que nun amenorgue'l guiño les estrelles.
Que la mar nun s'aburra de subir y baxar coles marees.
Que naide s'apropie nin dirixa la decisión del vientu;
que naide estropie'l cercu compasivu de la lluna
nin imponga cuándo tien que cayer ñeve.
Que naide empiece a gobernar la independencia cola que revienta,
añu tras añu,
la primavera.
Que naide saque negociu del dolor.
Y que'l dolor del próximu,
el que nun somos güei pero a saber mañana,
nos remueva
y nos conmueva
y nos mueva.


De Carta de reis con retrasu. La Nueva España, 13 de enero 2007

Un regalo de Navidad



Mi canto,

para el hombre

que ansía llegar a casa

y lavarse las manos,

dar un beso a los suyos,

aproximarse al fuego,

responder a un abrazo,

o sentirse tan solo que humaniza una mesa.

Para el que ve la luz encendida y respira,

para el que huele el pan y se siente dichoso;

el que mira la luna sin querer conocerla,

el que alcanza primero la sed que el cántaro,

el que huele la rosa y no la corta.


El que nunca rezó y a su manera reza.

© Aurelio González Ovies
En Tardes de cal viva
Texto y voz: Sofía Castañón, en Señalados.-Programa Especial Navidad 2005 Música y Poesía, emitido por Teleasturias.
Música: I'll Be Home For Christmas. Kenny G

sábado, 11 de diciembre de 2010

Carne de identidad


No. Nada. Nadie. Ni siquiera. ¿Para qué
tantas dudas?
Pudiera ser que nada fuera lo que parece
ser, así como jamás nada será
lo sido. Pudiera ser
que nada es lo que podía haber
sido; que nada ha sido
lo que pudiera ser, así como
jamás será lo que no pudo ser.
Pudiera ser que ser no sea más
que ser lo que no somos,
lo que jamás seremos,
lo que nunca hemos sido.
Pudiera ser que no ser, a veces,
sea más que ser, lo que por ser,
no somos y lo que no seremos
y lo que nunca fuimos.
Por ser, pudiera ser que nada sea
ni lo que ahora es porque está siendo.

Lo máxicu de la poesía: María del Mar Martín sobre "Mio Madre"

La Palabra es del mundo
María del Mar Martín: Los versos de Mio madre son el sabor
y l'arume de la comida de casa, los sabores de la infancia.

Préstame abondo averame a una llibrería y maricar un poco mientres pienso: “¡Qué pena nun tener una montonera perres pa poder llevar pa casa tolos llibros que me peten! Esbabáyome toa pensando que me toca la Primitiva pa dexar de mirar los precios.

Pertenezo a esi grupu de xente raro que nun tien coche. Cuando toi cansada de caleyar nun me queda más remediu qu’averame a la parada’l bus. Ellí danme ganes de sacar el llibru, pero nun lo faigo, porque si llega’l bus y nun llevanto la mano nun para y dempués quedo con cara babaya, porque esa ye la cara que-y queda a la xente cuando lu pierde delantre les narices. Asina qu’espero xubir pa sacalu y meteme dientro.

L’otru día dalgo máxicu asocedió, dexé de tar na etapa de la madurez (de los venticinco p’alantre), como apaez nel llibru de Conocimientu del Mediu del mio fíu, pa tornar a la etapa de la infancia (dende’l nacimientu hasta los doce).

Y esti fecho asocedió cuando entamé a cañicame nos versos de Mio madre d'Aurelio González Ovies.

Mio madre nun sabía idiomes
pero yera tan mimosa…;
dicíame que con enfotu
pues algamar cualquier cosa.

Tengo la suerte de siguir conxugando los verbos en presente cuando falo de mio ma, ella nun foi muncho a escuela y nun sabe idiomes, porque daquella nun se falaba namás que’l castellán y falar n’asturianu yera falar mal anque yera perdifícil llamar d’otra manera al llabiegu, al cuquiellu o al caxilón que colgaba de la ferrada a la puerta casa.

Mio madre tamién m’alendaba cuando taba cansada y les lletres nun me salíen dándome besinos nos papinos coloraos y falándome con pallabres melgueres.


Mio madre nun sabía idiomes
pues pisó poques escueles,
¡y facía un caldu gallegu
y unes coles de Bruxeles…!

Metíme tanto dientro los versos que pudi sentir l’arume a caldu gallegu, a arroz a la cubana, a coles de Bruxeles y a bollos suizos, esos bollos que mio madre me preparaba bien untadinos con mantega de casa y zucre pa comelos a la hora’l recréu.
La comida facíase seliquín nes cocines de carbón y nos fornos cocíase’l pan, un llabor de les muyeres de la casa.
Los versos de Mio madre son el sabor y l’arume de la comida de casa, de los sabores de la infancia.

Nun sabía idiomes, ¿y qué?,
yo ponía-y en too un diez.
cosía faldes escoceses
y texía puntu inglés.


Dempués de lleer esto acordéme cuando nos díes fríos d’iviernu mio madre texía xerséis pal mio hermanu y pa mi pa que fuéremos bien abrigadinos, porque equí nesta tierra del norte la humedá entra pelos güesos.
A mi tampoco m’importaba que nun supiere idiomes, porque en cada platu taba l’esmolecimientu de teneme bien alimentada, en cada puntu inglés escondíase’l calor de les manes y en cada mirada tol amor.

Son los versos de Mio madre un cañiqueru de tenrura y un abellugu onde poder tornar a la infancia.

Esto ye lo máxicu de la poesía.

Fuente: Biblioteca Virtual Canellada

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Gloria




A la fertilidad,

gloria.

A los caballos salvajes,

gloria.

A las cañas del mimbre,

gloria.

A las mulas uncidas,

gloria.

A la brisa de mayo,

gloria.

A la contravención,

gloria.

A la palabra encinta,

gloria.

A los pueblos que sufren,

gloria.

A los que reverdecen,

gloria.

Gloria

a la fortaleza

y a la esperanza.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Vivir para sentir: Victoria Díaz sobre Esta luz tan breve

Victoria Díaz se dedica al turismo y ha vivido los últimos 8 años en Alemania. Actualmente reside en Madrid. Posee una mirada poética que se pone de manifiesto en sus sorprendentes fotografías. En su exquisito blog Paralelo 49, publicó a principios de 2010 el siguiente texto sobre Esta luz tan breve que con su permiso reproducimos aquí.

Estancia Fugitiva

Victoria Díaz

El mundo de las apariciones es más poderoso
que el de las búsquedas: Victoria Díaz
Como quien hace una ofrenda, hoy vengo a traeros un poema. Me cuesta terriblemente elegirlo, porque hay muchos que me llaman. Y digo que me llaman porque decir que me gustan se queda demasiado estrecho para definir Esta luz tan breve, el poemario de Aurelio González Ovies.

Un libro que va más allá de de las palabras, los verbos; se adentra en lo más íntimo de cada uno y nos trae recuerdos de la infancia, olores, colores, perfumes casi olvidados, miradas de niño que cada uno albergamos y que caen en el cotidiano desuso.

Aurelio tiene el ingenio de los grandes, no necesita de extravagancias, ni un lenguaje enrevesado e ininteligible, su expresión mana de la sencillez, de lo accesible. Es distinto y transparente. Yo no conocía al autor pero una vez más, el mundo de las apariciones es más poderoso que el de las búsquedas. Por eso, cuando uno más distraido está, aparece ante ti un libro entre muchos, lo abres y dice algo que apuntala el corazón. No encuentro otra forma más directa de decir ni de sentir. Vivir para sentir, para vibrar, es razón suficiente para vivir. Y Aurelio hace eso posible, él te mueve el piso y hasta el alma...

Me ha entusiasmado este descubrimiento, hace unos meses que lo hice pero como para todo lo demás, siempre necesito un tiempo de reflexión y reacción ... entonces es cuando pienso que qué importa que yo no escriba si encuentro a alguien como él, que pone sus palabras en mi boca...

Estancia Fugitiva

Todo está en mí
como esta noche yo sobre la tierra,
con ilusión de amar, saberse vivo
y cierta obligación de soñar a menudo.
Sin embargo no soy nada,
tras de mí late algo que me empuja
hacia la fría muerte
para ganarse un sitio y hacer vida.
Todo está en mí
pero soy nada y nada ha de ser mío
apenas un momento

Aurelio González Ovies
perteneciente a Nadie Responde


Esta luz tan breve recoge poemas de sus libros: En presente, La hora de las gaviotas, Vengo del norte, Nadie responde, La muerte tiene llave, Con los 5 sentidos, Nada, Tocata y Fuga, Poemes n´asturiano, El canto del mirlo.

Fuente: Paralelo 49

Galope sin retorno (Nana para Bis)


Pasaron, Anabel,
otros octubres largos como aquéllos
en que tú me pedías que te hiciera
por entre los visillos
el sonido del viento, y más tarde
en mis brazos sentirte refugiada;
que te dijera un poco de lo que era la muerte
y apagara la luz para escuchar a oscuras
la respuesta que nunca me escuchaste
o lo mismo que ahora,
después de tantos años,
te contesto de nuevo:
Yo no sé nada. Por eso
mejor sigo imitando el frío con mis labios
y tú duermes y sueñas
con que te nombran reina del baúl
de la vida
y te tienen los niños en sus cajas de música.
Pero tú te obstinabas
en tus dudas terribles,
esas que nos asaltan desde que somos niños
y que, desprotegidos, en medio de la noche
nos parecen colmillos
feroces como el miedo.
Y entonces me obligabas a mentirte benévolo
y a esconderte las cosas amargas de este mundo
tras alguna palabra que estallara sonora:
la muerte, mi pequeña, es una casa llena
de la luz de la luna
que nos queda muy lejos, pero siempre está cerca;
y con tus manos puestas
sobre mi pecho humano
te adormecías creyendo que yo era un dios que daba
respuestas invencibles a tu inocencia crédula.
Quizá no te engañé, después de todo, tanto como los sueños
que ya te cabalgaban.
Pasaron, Anabel,
y tantos los octubres que pasaron
que yo silbo el invierno casi mejor que el viento.
Acércate a mi cuarto, yo apagaré la luz
y me dirás un poco qué entiendes de la muerte.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Regresar


Regresar, y encontrar vuestro olvido
con las puertas cerradas,
vuestros ojos de polvo mirándome, tal vez,
como a un desconocido.
Regresar, y saber que todo ha terminado
para siempre, que no puedo apostar nada a la vida,
que no volveréis nunca, que ya no seréis nunca.
Y aceptar que yo no he estado aquí
para mirar el tiempo en vuestro rostro,
para evitar el canto de los pájaros,
para romper las cartas de la muerte.
Regresar, y admitir que es tarde siempre
para esperar un poco,
que habéis dejado el cuerpo por la tierra,
que habéis seguido el rumbo de las hojas,
que habéis quedado atrás, definitivamente lejos.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La tierra ya no gira


La tierra ya no gira para que no envejezcas,
me refiero
a tus ojos transparentes,
me refiero
a tus manos habitadas,
me refiero
a tu voz llena de cántaros,
me refiero
a tu pelo de crepúsculo,
me refiero
a tu carne de amapola,
me refiero
a tus pies como el relieve,
me refiero
a tu cuerpo con destellos,
me refiero
a tu risa de cometa.
No gira
no gira. Lo sabes tú,
no gira.
Me refiero a la tierra.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Letra urgente


Necesito escribir para callar. Para no ser, si algo soy. Para verificarme y desmentirte. Para engañarme y reafirmarte. Para apuntar que llueve y la tristeza de esta mañana se posa en los tejados y cala en la presencia de otros días. Para corroborar que esta imagen que veo, detrás de mi ventana, es tan cierta y hermosa como otoñal y efímera. Para no recordarte a todas horas y relatarte y ocultarte detrás de cada línea, en cada espacio en blanco, en los resortes de todas las palabras.

Escribir, como quien huye lejos, para dejar constancia de su apego a la vida que abandona, del árbol donde fue joven un día y amó y cinceló un nombre en la tierna corteza. Para subirse al alto de los significados y otear la infinidad de formas y alcances que aún desconocemos. Para no matar nunca e increpar siempre con derecho a dejar 'sanguinoletras' objeciones con algún cañonazo de palabra.

Escribir para invertir la sombra y descubrir su espalda luminosa y finísima.Para entender que nada es tan unívoco y todo excepcional y valedero, lejano desde ahora, muy cerca de nosotros. Para posar la culpa que me pesa y algunos sentimientos agresivos. Para que los silencios cobren cuerpo y asuman sus sinónimos, sus frases responsables.

Escribir para corporeizar el alma y el espíritu de los mudos periodos y las miradas huérfanas. Para profundizar en los superficiales precipicios que nos vedan la accesible llanura. Para acortar la inventada distancia que fabrican los altos dignatarios, interesada y mortífera. Para curar, con gramíneas esdrújulas y bayas guturales, la enfermiza y eterna soledad. Para silabear la esencia y la estructura del mismo sinsentido en tan distintos casos e iguales individuos. Para desafiar la gravedad de opiniones y axiomas y dictámenes. Para descuartizar el vacío y la duda.

Escribir para resucitar lo que pensamos muerto tan pronto como lo mata un antojo, una contrariedad o el hastío. Para sumar expresión y entidad a la continua resta que más nos deteriora y menos beneficia. Para pasar por puentes del pasado, de puntillas, hasta las poblaciones donde un día aparcamos nuestro propio y mudable parecido.

Escribir para deshabitar la flojedad y preservar misterios. Para desesperarme de esperanza. Para improvisar brisa en las alas del pájaro. Para desprogramar las máquinas impuestas y dar fuelle al pulmón y a las brasas y al riego y a la exigua candela que nos mantiene vivos.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Junio


Para Marta (Trucha)

JUNIO era azul y alto como los cielos de los sueños.
Chirriaban los grillos, los brezos crepitaban. Calor a media tarde...

Y mi madre decía: no quites la visera.

Recuerdo que Ramón y Quico, con sus ponchos
de jipis, tocaban la guitarra,
debajo de la higuera
cantando a Mocedades y a Agua Viva,
y mi hermana pegaba en los brazos y piernas
calcamonías de lunas y de Camilo Sesto.
Ser feliz día a día era un corto trayecto: rastrear
las camadas de las gatas paridas,
ser el mejor tirando con gomero...

Un verano pasaba más despacio
que ahora toda mi vida.

Y mi madre decía: diviértete y sé bueno.

Y yo amaba a mi madre por encima de todo,
por encima de dios, sobre todas las cosas
y quería abrocharle al cuello un arco iris
y ella me prometía comprarme una laguna
con juncos y libélulas y renacuajos grandes
para detrás de casa.
Yo soñaba con nidos y regatos. Y Marta,
mi reina en nuestro reino,
siempre estaba conmigo, tanto si era viviendo
como si era soñando.

Y mi madre decía: la mitad para ti y la mitad para Marta.

Recuerdo el eucalipto y un bullicio de pegas
y la mar a lo lejos y su luz poderosa
entre verdad y plata
y a Juana que pelaba patatas a la puerta
y escuchaba seriales en la radio.
Por esos días, un día, anunciaron la muerte de Cecilia y Nino Bravo.

Y mi madre decía: qué vida más ingrata.

Muchos años después, o nada o la nostalgia.