domingo, 23 de diciembre de 2012

De los días hermosos

La emoción familiar en las fechas navideñas



Mi madre nos ha dicho que mañana es el día. Y nos ha prometido ir a buscar el pino. Huele toda la casa como nieve muy dulce, como a libro de cuentos, como a luz entrañable, no sé cómo explicarlo, a algo así, parecido. Pero bueno, eso exige que nos portemos bien. Que no hagamos trastadas ni discutamos mucho ni escribamos torcido. Que no gastemos luz a lo tonto, en la cama, y nada de protestas ni trastadas ni voces, que esta semana ya «sufrimos» un castigo. Porque partimos nueces entre el marco y la puerta. Y saltó la pintura. Y rascamos la espalda contra las esquineras del pasillo.

La caja está guardada encima de un armario. Y cada adorno envuelto en papel de periódico. Las bolas de cristal, como rompen muy fácil, las dejamos arriba, entre el espumillón y una piel de conejo donde se acuesta el Niño. A mi madre le gusta desenvolverlo todo con paciencia y cuidado, porque todos los años nos parte una campana, un ángel, un tambor o un farolillo. Y nos comenta siempre cuándo compró las cosas, en qué tienda, a qué precio, y por qué a cada una le guarda algún cariño. Acaricia la estrella, limpia la picarota, le da un beso a Jesús y le fija y le limpia la aureola. Y después se le quedan las escamas brillantes por la cara y nos reímos de ella -qué simpática está- y no se lo decimos.

Y leemos postales de otras Navidades, nos las mandan parientes que se fueron muy lejos y nos desean paz y salud y una vida llena de amor y éxitos. Y se emociona un poco y suspira y nos dice que nada, que se fatiga algo, que no fue más que un hipo. Y forramos un tiesto con plata, o un caldero, y colocamos recto el árbol con las luces y le vamos colgando las piñas que pintamos, las lágrimas radiantes, el trineo y los renos, cerezas y guirnaldas, regalos precintados con lazos llamativos.

Es de los días hermosos; los nervios nos asaltan desde por la mañana. Y en la radio no paran de poner villancicos. El comedor encierra un aroma a resina y salimos afuera para ver cómo alumbran estas nuevas bombillas que se encienden y apagan, qué bonitas se ven detrás de los visillos. Y esperamos ansiosos esas noches tan largas en que cenamos todos con cara de alegría, con plenitud total y mi padre nos parte el turrón tan durísimo con cuchillo y martillo.

(La Nueva España, 19-12-2012)

lunes, 3 de diciembre de 2012

Laus


Gracias.
Porque mi canto va dirigido
al que deriva de la estirpe del cactus.
Al que no sabe más que pedir perdón
por mirarnos de frente.

A la benevolencia.
Al infierno de vida de la mitad del mundo.
A los que ya quisieran ser humildes.

Al buitre de las cumbres, a la gaviota.
Al ególatra arroyo, que va siempre a lo suyo.
Al clima, porque es sabio en su soberanía.

A todas las regiones adonde llega el sol,
a todos los poblados que los vientos recorren,
a todas las aldeas que despiertan los gallos,
a todos los caminos.
A las cuatro estaciones.
Al punto cardinal que aún no ha detonado.
A los cinco sentidos.

Mi canto es para quien forma parte, tanta parte de mí
tanta carne de mí
tanto cuerpo de mí
como yo mismo.