No sé qué página es esta
de mi vida,
pero de lo que resta
voy a escribir muy poco.
Voy a decir que hoy es un día hermoso
para ausentarme
y compartir conmigo lo que no me comprendo
todavía.
(C) Aurelio González Ovies
La hora de las gaviotas
Voz: María García Esperón
Música: Yanni
MMXI
Yo sé que mis palabras
van siempre en busca tuya
pero no hay otro modo
de decir que te quiero.
Y sé que mis palabras
no han sido todavía
capaces de expresarte.
(C) Aurelio González Ovies La hora de las gaviotas
Voz
María García Esperón
Música: Yanni
MMXI
Ye too norte. Ye'l norte en puntu. Per au albancia la
claridá. Onde la tierra se desvanez y la lluz güel a ocle y sal. Ye fin,
principiu. Ye'l cabu'l mundu, l'entamu l'agua. Ye superficie y profundidá.
Castru y Gaviera onde les foles cueyen relevu y el nordés xunce les sos dos
ales y echa a volar. Ye onde la rosa los vientos brama. Onde la nueche ta
siempre encesa y la borrina suel madrugar. Per au traxinen toles vapores, ye
per au borien tolos pesqueros y per au pasen dalgunos barcos que yá más nunca
vuelven pasar.
Ta ente Verdicio y l'horizonte, camín de Viodo, diendo al Ferreru, cerca Coneo,
xunto a Tezán. Au les gaviotes faen los ñeros, onde La Erbosa quedó a suañar.
Dende au s'avista la vida entera como un abismu que da a l'océanu, una estayina
que va a la mar. Ta ente'l cielu y precipicios, penriba'l Ferre, de Solarriba
poco p'allá. Después de Lluanco, frente a Bañugues, per u se crucia pa nengún
sitiu, per u se vira pal enxamás. Mui a la vera la llontanza, ta en dirección a
la eternidá.
Estas mañanas de otoño, de lo que permanece del otoño, en
poco se parecen a las que yo he vivido. En nada, sino en la lenta luz que
traspasa los setos y hace fulgir las gotas del rocío que porfía. En nada más
que en esa ‘ocritud’ que invade pusilánime las copas de los álamos y los
castaños. En nada a no ser en la impalpable presencia de algo muy semejante a
una desbandada, a un final desiderable y tardo. A no ser en las pláticas de los
‘raitanes’ que se posan aún en los cables de octubre y escucho todavía como un
a ser diminuto que avista un gran milagro. Excepto en los ovillos de niebla que
destilan, a lo lejos, las aldeas que bullen y madrugan.
Estas mañanas de otoño en las que me levanto con cierta
hipocondría y ya desde muy pronto me siento un ente solo en medio de la tierra,
al borde de unas horas, me obligan a pensar que sólo persevera intacto y
puramente lo que el hombre no toca, lo que ignora y desprecia por impotencia
acaso; aquello que adivina que no alcanza y relega y olvida para siempre con
desprecio de humano. No más que las exactitudes libres e incorruptibles, los
incorpóreos atlas de la luz, la voluntad del sueño, las aspas del ciclón o el
ímpetu del fuego.
Estas mañanas de otoño me confunden. Una acidez extraña me
despierta a menudo y algo deshoja en mí, algo se hunde muy cerca de mi
respiración, justo donde reciclan el corazón y el vértigo. Y, como el niño que
era, vislumbro que me aplastan la oscuridad y el peso. Que me sellan los ojos
con angustia a destajo, que me obstruyen la boca con un chorro de espanto. Que
una fiebre exaltada me aminora, hasta el punto de ver cómo me escurro entre mis
propios dedos y me escucho filtrar con la fútil finura de un hilo de ceniza.
Estas mañanas son un indicio certero: nunca descifraremos lo
que dicen los pájaros cuando surcan el aire, ajenos a nosotros, tenacidad
arriba, como rumbo a un destino -qué distintos al hombre que se mata y los
mata- muy querido. Nunca lo que chispea altísimo, entre los astros, en estos
amplios cielos de noches tan templadas. Jamás por qué siguen surgiendo los ríos
y las fuentes con transparencia sólida; por qué no se han tragado tras tanta
tropelía; por qué nos son tan útiles aún con su frescura. O por qué en un
deshielo de coraje no bajan y revientan el mundo.
En poco se parecen a octubre estas mañanas, mas son mañanas
frágiles y saben a corteza de humo campesino, a convicción rural, a
incertidumbre en rama y de esta voz de liquen han caído estas hifas sin valor
ni sustancia.
La Voz de Asturias
8 octubre 2011
Voz: María García Esperón
Música: Canon de Pachelbel
MMXI
Cuando no sé quién soy, qué llevo
dentro, quién media entre mi voz y mi palabra.
Cuando la vida baja hasta mi pecho
y duele y duele y duele. Me acerco hasta
la mar y me comprendo un poco:
nunca siempre igual,
pero siempre nunca diferente.
Ricas imágenes constituyen indicios de una estación "muertamente" viva.
Esta luz mortecina que tanta vida imprime sobre el ocaso de las cosas. Estos campos que veo, desolados y solos, al margen de los ríos de noviembre. Estas nubes tranquilas, más quietas y más mansas, al fondo del crepúsculo. Este seco silencio de las hojas caídas de los árboles. Esas casas que humean donde empieza y termina la distancia. Esos bosques cansados, esos pastos heridos de ocre puro y vacío son el otoño. Si recuerdo el otoño y sus curvas heladas, retorno a las inmediaciones del frío.
Esta higuera que está desparramada y vieja sobre el pozo. Estos laureles fieles que rodean la casa abandonada. Estos cubos con matas de perejil y lirios. Esta hilera de calas y crisantemos. Estos caminos que nadie transita y van posiblemente a ningún sitio. Estos castaños huecos que quitaban el hambre. Estas horas tan lentas, encaladas y mudas, como de cementerio. Esta silueta humana que cruza los umbrales de la tarde. Esos hombres que esparcen letanías de abono por los prados. Estas baldías llanuras donde se amontonaban edades de narvaso. Estas fincas estériles sin futuro ninguno? Son el otoño.
Estos huertos caducos con berzas espigadas. Esas coladas donde airean las sábanas del tiempo. Esa agave que crece y enraíza y subsiste tirado en la cuneta. Esta tela de araña con restos de una avispa y granos de rocío. Este vaho de los vidrios en que un niño dibuja las primeras vocales. Estos puestos que venden cartuchos de castañas y olor antiguo. Estos bebés que viajan con gorro y sin pasado. Estas calles tan llenas de rostros contrariados. Esos robles desnudos como inmensos espíritus en pena. Estos parques sin jóvenes y sin amor a ocultas. Este eco lejano con el eco lejano de otros días. Esta decrepitud y este claror que bulle sangre adentro? Son el otoño.
Estas gaviotas frágiles que puntean la arena. Esta desierta playa sin rastro de nosotros. Estas algas que pudren como olvidos de mar. Estas olas quebradas que cumplen su rutina. Estas rocas que nunca han cambiado de suelo. Esta bruma que resta existencia al paisaje. Esta lancha que viene, ajena y tarda, como desde la muerte. Estos acantilados por los que aún descienden ágiles pescadores. Esta poza apartada con papeles y restos del verano. Este fragor que llega con chispas de salitre. Este faro orientado hacia la despedida. Este sordo aislamiento de todo lo que observo? Son el otoño.
Esta atmósfera triste que me filtra en la carne. Estos cuervos que graznan entre los eucaliptos. Esta naturaleza detenida y dorada. Esta luna tan llena dominando la noche. Estas estrellas inaccesibles estrellas como nombres remotos. Este vano que siento entre el alma y la voz. Este dolor que llevo desde siempre hasta octubre. Esos perros que ladran y atisbo que estoy vivo. Esta realidad que no es más que un continuo destello a tanta sombra. Estas bayas que arrugan como años que no sirven. Estas moras que invernan en las zarzas. Estos nidos de pega al descubierto. Esta lluvia que cae como melancolía? Son el otoño.
Este rumor que escucho como si los difuntos, incómodos, cambiaran su postura. Este instante tan hondo de aire cálido y nada. Estos cables plagados de estorninos. Estas campanas con su anacronía. Esta paz que respiro aunque quiebre enseguida. Este humo que despide la vejez de la tierra. Estas aves que huyen sabiendo que hay regreso. Esta brisa que roza levemente un helecho. Este arroyo que baja con dos hilos de agua. Estos claros del cielo por los que se adivina la breve eternidad? Son el otoño, indicios del otoño, de esta estación tan «muertamente» viva.
Nació en Bañugues, Asturias, en 1964. Es doctor en Filología Clásica por la Universidad de Oviedo, donde es profesor titular de latín.
Ha publicado los poemarios Las horas en vano, Versos para Ana sin número, La edad del saúco, En Presente, La hora de las gaviotas, Vengo del Norte, Nadie responde, Nada, 34 (Poemes a imaxe del silenciu), Tocata y Fuga y la Antología Esta luz tan breve (Poesía 1988-2008). Es coeditor de Cuadernos Fíbula, al lado de Marian Suárez: La muerte tiene llave, Con los cinco sentidos, Las señas del perseguidor, Una realidad aparte y No. A través de la Editorial Pintar-Pintar ha aportado al mundo de la poesía para niños libros destinados a convertirse en clásicos: El Poema que cayó a la mar, Chispina, Caracol, Todo ama, , Mi madre y Loles.