miércoles, 10 de abril de 2013

Falsa primavera

Coleccionista de materias muy frágiles


Fotografía: AGO, Bañugues, verano 2010.

Cuando llega este tiempo de falsa primavera y un petirrojo viene cada mañana a verme, cuando brotan de pronto los árboles del parque y marzo apunta ya con sus balas de savia y es invierno pero hay una brisa muy nueva y una limpia tristeza en la luz muy reciente, la vida espolvorea aromas entrañables, colores muy cercanos, instantes como sed que mana y apetece y se escuchan recreos con gritos de los niños y se llenan los bancos de amor adolescente.

Cuando rompe el calor sus urnas y se expande, recuerdo emocionantes incursiones campestres: los prados comenzaban a poblarse de mayas y de eléboros y nos gustaba mucho echarnos a rodar, por más que nos reñían por mancharnos la ropa con el jugo del verde. Nos gustaba buscar los grillos prematuros y brillantes insectos y descubrir toperas por entre el tierno césped. Y adivinar en dónde anidarían las pegas y dónde esconderían las gatas sus camadas, en qué hueco del muro o en qué sebe. Nos gustaba encontrar camisas de culebras, charcos con renacuajos nerviosos y tritones; y plantas diminutas de las fresas silvestres.

Cuando veo los narcisos en las veredas húmedas y escucho el discurrir de alguna fuente. Cuando por los caminos las prímulas motean el paisaje con su dorado joven y raudas lagartijas escapan de mis pies y el aire duele, me acerco a los lejanos dominios de mí mismo, a las surcadas rutas imposibles, a queridos espacios de espinos y bardales, higueras y laureles. Me asomo a las afueras de lo que soy ahora y corro cuesta abajo con los brazos abiertos, persigo una cometa con forma de serpiente. O bajo hasta la mar y atrapo por las pozas diminutas quisquillas, conchas muy desgastadas, esqueletos de peces.

Cuando arriba el buen tiempo y observo el cielo nítido y las tardes son lentas y radiantes y enrojece con más calma el poniente. Cuando los pueblos huelen a merienda de madre y al jabón de la ropa y padre que regresa con cansancio a la espalda y el horizonte acopia el soplo del nordeste, son más míos que nunca el canto de los gallos, las gaviotas, las olas, y el tallo del silencio y sus esquejes. Me pertenecen menos las cosas de este mundo, pero soy más un poco aquello de otras veces: soy un coleccionista de materias muy frágiles, un cazador furtivo de imágenes endebles.

(La Nueva España, 29-02-2012)