No sé si habrá distancia más lejos
que hasta mí. Mientras cae el otoño,
el mismo siempre, sobre esta extensa
tierra que tengo ante los ojos. Mientras
cruzan los buitres el cielo que diviso,
mientras las nubes bajas amenazan
con lluvia, mientras miro y contemplo
mis manos ya manchadas, mientras
hago memoria y recuento mi vida.
Algo oculta septiembre que descamina el tiempo y desparrama luz de forma
muy distinta. Algo que se divisa como un silencio errante, como una exactitud
desorbitada, como una perfección propensa a evocaciones, como una claridad
arrepentida. Es como si la muerte bullera más que siempre, viviera más que
nunca, pero con un latido que transfiere sosiego, con una consonancia que no da
la impresión de ser una agonía.
Y los cólquicos brotan con timidez rosácea entre el musgo sombrío; y el maíz se
doblega en la tierra que estría. No se escuchan apenas indicios de quebranto ni
de caducidad. Pero una brisa acre se apodera del bosque, un traslucido peso
envejece el paisaje. Cruzan cuervos muy solos y un eco de extrañeza reverbera
en las cimas. Es septiembre a galope. Es preámbulo de otoño tanto nogal
bruñido, tanto helecho quebrado, tantas moras marchitas.
Huele a humo y recuerdo el campo a media tarde y a manzanas maduras y a
abreviación del día. Caen pétalos sueltos, inesperados, verdes, bajan como
metáforas leves e inexorables. Secan las avellanas por el suelo, y las nueces.
Y mientras nada mueve la quietud del instante, salta con precaución una
nerviosa ardilla. Hay erizos aún jóvenes caídos en las veras y unas bayas de
espino y una mata de orégano y un fangal donde crecen altos juncos y ortigas.
Es septiembre, lo gritan los cerezos que sacan sus copas ya con púrpura. Lo
admiten los rebaños que repasan el césped. Lo anuncian, sosegadas, sus
esquilas.
Septiembre. ¡Qué escaso ha sido el lapso de estos meses! Sobrevive algún cardo
y alguna rama tierna de la alta buganvilla. Permanece algún rastro de albor en
las hortensias y en las viejas macetas donde ya las verbenas se extinguieron,
mas resiste el candor de agapantos tardíos y clavelinas. Septiembre. ¡Qué
sensación certera de haber estado bajo este mismo cielo, de haberme detenido
aquí, bajo este mismo alero del que ya parten al sur las golondrinas! ¡Qué
deseos de abrir los ojos y reencontrarme allí, en la casa de entonces, a punto
de salir para la escuela, con la cartera en mano, mis compases flamantes y mi
saca de tela con canicas!
Hoy, 21 de septiembre, se celebra el
día mundial del Alzheimer, fecha elegida por la Organización Mundial de la
Salud y la Federación Internacional de Alzheimer. El propósito de esta
conmemoración es dar a conocer la enfermedad y difundir información al respecto,
solicitando el apoyo y la solidaridad de la población en general, de
instituciones y de organismos oficiales.
NUNCA hice daño a nadie
-que yo sepa-;
ni me importó la vida
de los otros.
Si me pidieron algo abrí
los brazos.
Me equivoqué a menudo
y me equivoco.
Escuché. Puse llave
a dudas y secretos.
Deudas, alguna que otra,
la más grande conmigo.
No me conozco.
Muchas veces me dicen
que siempre estoy
rodeado
de gente..., sí,
y a veces
de tanta multitud
me encuentro más que
solo.
Fumo más de la cuenta
y entro y salgo,
saludo a muchas caras...
Amigos, lo que se llama
amigos,
tengo pocos.
Lloro cuando no puedo
resistir el dolor,
pero me suele hundir
cualquier mal trago
o un simple día de otoño.
Por lo demás ya veis:
a la vida le pido
lo mismo, al fin
y al cabo, que
vosotros:
que me deje vivir,
pero mientras yo pueda
hacerme cargo.
Por lo demás, ya saben:
lo que me gusta
ver
lo miro y a la cara.
A lo que no me va
cierro los ojos.
Yo también masticaba la cal de las paredes
en las tardes de agosto
y creía que sólo se moría en invierno
y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre.
Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta
de la puerta
y hacía competiciones de gusanos.
El cielo me parecía una carpa gigante
y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron
como dos libertades.
Mi padre me enseñó a comprender el viento,
a predecir la lluvia en la piel de los árboles
y por eso he tenido siempre miedo al futuro.
De pequeño, además, yo quería ser gitano
para tener un burro, entre otras muchas cosas,
y caminar descalzo.
Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos
y me gustó el latín no sé por qué motivo
y aquí estoy enseñando lo que a veces no entiendo.
¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,
¿cómo puedo explicar que para que haya historia
hubo que desde siempre ir matando o muriendo?
Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:
y me conformo y callo y voy tirando
y echo de menos mucho la araña de la grieta
y el olor de la cal me es como de familia.
Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,
y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.
Recita:
Joaquín De la Buelga
LA CARAVANA DEL VERSO
Música
Nightnoise
Grabación
Estudios La Nozal- Llanera
(Principado de Asturias)
Mayo 2011
Producción
Juan Taboada
Realización video
MGE
MMXI
SOLAMENTE una tarde soñaremos sin rumbo,
aunque soñar es fácil desde vuestra ternura.
Yo también quise ser y alcanzar tantas cosas
como vosotros mismos,
pero al final me tumbo a la sombra del hombre,
a la engañosa sombra de la vida.
Vengo del Norte
y canto la nostalgia de un verano que acaba,
de un pañuelo que dice adiós al horizonte,
de unos ojos que lloran cuando parten los barcos.
Por mi casa pasaban, al rayar la mañana,
pescadores morenos como la idolatría,
hombres con más salitre que el egoísmo del océano.
Soy recuerdo y soy faro
y soy costa que espera vuestros ágiles remos,
vuestro asomo de muelle, vuestra mirada libre.
Aquí merendaremos como en los viejos tiempos,
recordando las hembras que conocimos lejos
y perdieron su fe por el amor de un día.
Beberemos hasta que no sepamos la causa de la noche,
hasta que nos apene nuestro ser miserable
y escupamos el miedo que llevamos a cuestas.
Es muy fácil soñar lo que nunca seremos,
lo que, a pesar de todo, hemos perdido.
Pero es corto el camino, duro como el arado.
Asturias, si yo
pudiera, si yo pudiera contarte. Si yo pudiera decirte, y pudieras tú
escucharme Por donde quiera que miro, por donde quiera que paso, no veo más que
vacío, no piso más que pasado. Montañas que nos aíslan, caminos prejubilados,
bosques enfermos de sombra, campos que ya no son pasto. Herrumbre, ruinas,
raíles; carrizos, barro y barrancos.
Aldeas donde el
olvido sangra por todos sus caños, veletas desorientadas en el vano del tejado.
Rosas silvestres que afirman la soledad de los marcos; gallinas que picotean
del abandono los granos. Manzanos vivos de muérdago, vestigios de
espantapájaros. Corredores donde esperan a sus difuntos los gatos. Bardales,
zarzas, retamas; rodadas, berros y cardos.
Paneras donde
agonizan las vértebras de los carros. Razas rurales que arriendan su identidad
y sus sábados. Riqueza traicionada por subvenciones y pactos. Región para
cazadores y dos osos amaestrados. Linderos que no limitan sino con los
avellanos. Ríos de seca corriente, por más que sigan bajando. Abrevaderos,
tritones, águilas, cuervos y grajos.
Comarca
museizada en trisqueles y urogallos. Verde poeta a derroche en dípticos y
calendarios. Tierra para telarañas y lamentos de venados. País con la lengua
rota, trozada por artesanos. Tradiciones enristradas en vigas y diccionarios.
Aire por el que ni surcan las crines de los caballos. Barrenas, frío, barbecho,
terrones, cuadras y páramos.
Jóvenes aves que
vuelan en pos de un cielo más claro. Espacio que no soporta su tanto espacio
parado. Concejos que nadie habita más que la luz y los tábanos. Ancianos que se
adormecen en los asilos urbanos. No sé, tal vez me equivoco, quizás fui siempre
un romántico. Tal vez no pasan ni miran, por donde yo miro y paso. Asturias, si
yo pudiera. Te vale más no escucharlo. (La Voz de Asturias, 13-09-08).
Recita:
Joaquín De la Buelga
LA CARAVANA DEL VERSO
Música
Nightnoise
Producción
Juan Taboada
Grabación
Estudios La Nozal- Llanera
(Principado de Asturias)
Realización vídeo
MGE
Imágenes
T.I.F. Fotos
abandonalia.blogspot.com
asturnatura.com
MMXI
El efecto imborrable que dejan todas las lecturas.
Cuando un libro
termina, es como si marcharan algunos familiares y se elevara un pájaro de
letras entrañables. Y estallara la tarde dividida y ausente, muy lejos de
nosotros. Y en el paisaje cambian los límites precisos, la luz y el filamento
del que pende el carácter. Y algo que nunca fue sucede desde entonces, para
siempre y de pronto. Algo que no pensábamos ni imaginar jamás se instala en
nuestras vidas, se posa en las ventanas, se mueve entre los árboles o nos hace
llorar en ciertas ocasiones o nos roza en los labios como el agua más fresca o
nos agrieta el alma como dolor punzante.
Cuando concluye
un libro, se rescinde una época y dejamos atrás un presente inactual y un
después y algún antes. Y se emprenden orígenes, insospechados brotes sobre
nuestro destino del que apenas sabemos ni una página sola. Se inauguran un
frío, un amor, una máscara. Y se obstruyen un plazo, una ilusión, un trámite.
Conocemos poblados que en nada nos conciernen, descubrimos costumbres,
contingencias y augurios, sospechamos indicios y en nuestros ojos vibran
grandiosos ventanales. Acontecen confianzas en seres incorpóreos, degustamos
sabores de frutos increíbles y nos hacemos cargo de culpas y de adeudos, de
raros sentimientos, de una inquietud chocante.
Cuando un libro
se acaba, empieza un recorrido por la melancolía. Y atravesamos rutas que nadie
más entiende, así de esa manera, que nadie más comparte. Y nos encariñamos con
futuros ilógicos, con mansiones ajenas, con sabores agrestes, con nombres que
no son más que palabra en hebra, con rostros que llegan ni siquiera a ser
carne. Y parece que llegan a nuestro corazón turbaciones insólitas, sonidos muy
recientes, historias que se incrustan definitivamente en los pliegues purpúreos
de la sangre.
Cuando se cierra
un libro ya no somos tan «únicos nosotros» y nos entran temores y se enajena el
ánimo y la fe es más incierta y demuda el semblante. Y se derrumba o crece una
felicidad que nos vence o nos yergue, que nos marca esa hora irrepetible y
breve, que eterniza ese instante. Y se conectarán en la frágil memoria
personajes y aromas, ladridos de los perros, naturaleza y fábula, realidad de
libro e invención de esa tarde. Subsistirán, tal vez, en sus lomos y título un
recuerdo del viento, un animal al lado, una flor vistosísima, una jornada
insulsa, un viaje, una canción, una nube muy rápida, un fulgor de tormenta.
Algo muy similar a cuando se desgrana el volumen muy íntimo de un equipaje. (La
Nueva España 10-08-2011)
Verano eran las sábanas batiendo entre la tarde. Su blancura teñida de calor y azulete. Eran las largas siestas en los cuartos cerrados para guardar el fresco. Verano eran las fresas cogidas de la tierra con las natas que madre guardaba de la leche. Y los tiernos arvejos trepando por las varas. Y el jugo de las moras que nos hacía bigote. Y los porrones de agua, traídos de la fuente. Y los brazos pintados con las «calcamonías». Y el bocadillo tierno de chorizo «Pamplona». Y los prados segados con bálagos y gente. Y las rutas en bici, con visera y playeros. Y las veras repletas de malvas y cicutas. Y los lentos lagartos con su añil fluorescente.
Verano era el salitre incrustado en la piel. Y aquellos forasteros con moto y sidecar que cruzaban a veces. Y aquellas diminutas quisquillas de las pozas. Y el crujir de aquel güinche que chirriaba en Llumeres. Y el olor de la goma de nuestros flotadores. Y las nuevas sombrillas con marcas de bebida. Y las toallas manchadas de galipote y verde. Y las lanchas paradas, calando allá a lo lejos. Y las nubes que surgen del rígido horizonte. Y las parejas que hablan con palabras picantes. Y el ocle que macera estancado en la arena. Y la primera vez que surcó un artilugio que decían parapente. Y la marea que sube de improviso y nos moja. Y un megáfono que entra, por algún sitio, al pueblo, y repite entre música que «el circo abre sus puertas», que «el circo es a las siete».
Verano era el sabor de la ensalada rusa. Y el membrillo con queso que nos compraba Reme. Y las pipas saladas que me «ariaban» los labios. Y el heladero de Helio, que viene los domingos y que trae unos cortes de tres ricos sabores diferentes. Y la fragancia a sidra y a avellana y a pólvora de alguna romería de algún fin de semana. Y el volador que asusta a los perros dormidos. Y la orquesta que ensaya una canción que arrastra la fuerza del nordeste. Y las noches en calma, con chicharras y estrellas y torpes vacalorias en la luz que se enciende.
Verano era otra vida, o a mí me lo parece: los días luminosos, la conciencia impecable, la ilusión sin heridas, el cuerpo floreciente. Verano es, desde entonces, como un nunca a la vista. Verano es ayer siempre: un paisaje sencillo, los maíces medrando, los padres queridísimos, el amor a la casa, las casas baldeadas, con la cal muy reciente.
Nació en Bañugues, Asturias, en 1964. Es doctor en Filología Clásica por la Universidad de Oviedo, donde es profesor titular de latín.
Ha publicado los poemarios Las horas en vano, Versos para Ana sin número, La edad del saúco, En Presente, La hora de las gaviotas, Vengo del Norte, Nadie responde, Nada, 34 (Poemes a imaxe del silenciu), Tocata y Fuga y la Antología Esta luz tan breve (Poesía 1988-2008). Es coeditor de Cuadernos Fíbula, al lado de Marian Suárez: La muerte tiene llave, Con los cinco sentidos, Las señas del perseguidor, Una realidad aparte y No. A través de la Editorial Pintar-Pintar ha aportado al mundo de la poesía para niños libros destinados a convertirse en clásicos: El Poema que cayó a la mar, Chispina, Caracol, Todo ama, , Mi madre y Loles.