Cuando un libro
termina, es como si marcharan algunos familiares y se elevara un pájaro de
letras entrañables. Y estallara la tarde dividida y ausente, muy lejos de
nosotros. Y en el paisaje cambian los límites precisos, la luz y el filamento
del que pende el carácter. Y algo que nunca fue sucede desde entonces, para
siempre y de pronto. Algo que no pensábamos ni imaginar jamás se instala en
nuestras vidas, se posa en las ventanas, se mueve entre los árboles o nos hace
llorar en ciertas ocasiones o nos roza en los labios como el agua más fresca o
nos agrieta el alma como dolor punzante.
Cuando concluye
un libro, se rescinde una época y dejamos atrás un presente inactual y un
después y algún antes. Y se emprenden orígenes, insospechados brotes sobre
nuestro destino del que apenas sabemos ni una página sola. Se inauguran un
frío, un amor, una máscara. Y se obstruyen un plazo, una ilusión, un trámite.
Conocemos poblados que en nada nos conciernen, descubrimos costumbres,
contingencias y augurios, sospechamos indicios y en nuestros ojos vibran
grandiosos ventanales. Acontecen confianzas en seres incorpóreos, degustamos
sabores de frutos increíbles y nos hacemos cargo de culpas y de adeudos, de
raros sentimientos, de una inquietud chocante.
Cuando un libro
se acaba, empieza un recorrido por la melancolía. Y atravesamos rutas que nadie
más entiende, así de esa manera, que nadie más comparte. Y nos encariñamos con
futuros ilógicos, con mansiones ajenas, con sabores agrestes, con nombres que
no son más que palabra en hebra, con rostros que llegan ni siquiera a ser
carne. Y parece que llegan a nuestro corazón turbaciones insólitas, sonidos muy
recientes, historias que se incrustan definitivamente en los pliegues purpúreos
de la sangre.
Cuando se cierra
un libro ya no somos tan «únicos nosotros» y nos entran temores y se enajena el
ánimo y la fe es más incierta y demuda el semblante. Y se derrumba o crece una
felicidad que nos vence o nos yergue, que nos marca esa hora irrepetible y
breve, que eterniza ese instante. Y se conectarán en la frágil memoria
personajes y aromas, ladridos de los perros, naturaleza y fábula, realidad de
libro e invención de esa tarde. Subsistirán, tal vez, en sus lomos y título un
recuerdo del viento, un animal al lado, una flor vistosísima, una jornada
insulsa, un viaje, una canción, una nube muy rápida, un fulgor de tormenta.
Algo muy similar a cuando se desgrana el volumen muy íntimo de un equipaje. (La
Nueva España 10-08-2011)
Foto: Pintura de Alfonso Buendía.