Quiero que vengas, madre mía, tú, a encenderme el umbral de
este diciembre. Quiero que seas tú, con tus rasgos de luz, la que alumbre en
las velas y en los limpios destellos mañaneros de la flor de la nieve. Que
vengas tú a curarme la tos con tu resguardo, a librarme del frío de estas
fechas vacías, a abrazarme detrás de una ventana mientras arde el silencio de
la casa y el invierno ruge con su furia y fuera llueve. Aunque de nuevo me den
miedo el relámpago y las tejas que rompen y los cables que aúllan y el chispazo
imprevisto de los plomos y el gorjeo de la leche mientras hierve.
Que me dobles el borde de las sábanas y tantees la humedad que arroya en las
paredes y recemos un poco en voz muy baja el padrenuestro antiguo, el que tú me
enseñaste, y enrolles a mis pies la toalla y la botella, el papel de periódico
y el ladrillo caliente. Y me pliegues la noche con la paz de tus fábulas y me
pases, despacio, las páginas del sueño. Que me hables de aquellos años tuyos
por los prados de Viodo en primavera y me mires dormir y me desees descanso y
apagues mis zozobras y me beses la frente.
Y pongas tú en la mesa las cenas abundantes, los dulces escogidos, las frutas
escarchadas y el tacto en los manteles. Quiero que vengas tú. Quiero que bajes
tú desde la antigüedad de un villancico. Que surjas de entre el musgo, de un
río o de una senda que cruzan los belenes. Que resurjas del irreal perfume de
un palacio elevado, de la hondura de los pozos de agua, de un desierto
imposible, del temple y la quietud de algún pesebre.
Ven y hazlo posible. Dibújanos el pino que te gusta. Amarra a esta nostalgia
cascabeles. Escríbenos deseos y pámpanos y hojas de limón en los cristales
gélidos del siempre. Caliéntanos las manos con cáscaras de fe. Ven, colócanos
encima de la cama regalos y sorpresas. Haznos creer que resoplan muy cerca los
camellos, que llaman a la puerta los pajes de los Reyes. Suelta la eternidad,
abandona la estrella, cuando giren el mundo o la nada o el humo y mires hacia
abajo y atisbes estos brazos, deja la inmensidad, desmóntate, detente. Quiero
que vengas, madre mía, tú, a iluminar las bóvedas de este mustio diciembre.
(La Nueva España, 24-11-2011)