lunes, 14 de febrero de 2011
Deseos paganos
Poemas que filtren en la rutina y nos originen sensaciones misteriosas y deseos paganos. Versos anchurosos que enfurezcan al déspota y lo entristezcan hasta su fin irreparable. Versos sanadores que abran como la luz de la mañana de un día hermosísimo y nos draguen hasta el más recóndito de los remordimientos y nos impidan caer en las garras del pesimismo y la consternación. Poemas impresos en los ágiles lomos de la brisa y en las certeras jabalinas del eco reverberante.
Versos que revienten como una presa colérica y arrasen las trabas y las plantaciones de cábalas y contrabandos, donde han enraizado la tribulación y la orfandad; y salpiquen la superficie del mundo con su verdad necesaria y su generosidad de primavera. Poemas sencillos como la piel de una madre y el talle de la espiga, que nos prenden desde su naturalidad y su bonanza y nos orienten para siempre hacia la luz y la travesía de la lealtad. Versos en concordancia con la lluvia, que calen en la sed y desmientan la forzosa sequía y sus rentables extensiones.
Versos con vegas para asentar la mejor parte de nuestras vidas, los días más deliciosos de la infancia, lejos de la contrariedad y la disensión, donde nos sea suficiente el arroyo que se despeña sin tregua, la sombra inestimable de algún roble copudo y la munificencia de la tierra, bordeada de clima y pájaros y nubes quebradizas que nunca han de volver. Poemas con lo que hemos olvidado desde que ya no estamos a solas con nosotros. Con lo que nunca hubiéramos confesado de no ser por la tarde aquella en la que me hundí en tus ojos y arribé en los parajes del amor.
Versos para enmudecer y obstruir las cavidades de la falsedad, para suplantar la lasitud y la reprensión. Poemas cría en los campanarios de la voz, en las altas techumbres de febrero, para que no concluyan jamás la alada estirpe de la libertad ni la erguida curiosidad. Poemas imperecederos, como el incesante oleaje de Odiseo, como la armónica cadencia de las cítaras, como las huellas suaves de Nausícaa, como la silenciosa espera de las islas o los rasgos sonoros de la Eneida. Versos, apartados del miedo y de la muerte y de los seres ignominiosos, que no merecen ser mirados ni oídos ni amparados por su sangre asesina e insaciable. Poemas para la vida, desde que nace hasta que se extingue inexorable y débil.
La Nueva España, 9 febrero 2011