viernes, 22 de abril de 2011

Por los libros de los libros


Para que siempre queden páginas inéditas, espacios en la naturaleza, distritos en el paisaje donde enclavar un verso o anillar una sílaba. Para que nunca falten secretos que bruñir en los lomos del agua ni grana que esparcir en los extensos ámbitos de las ficciones. Y sigan propagándose el olor a guitarra y las llamas romances en las noches de Lorca. Y crucen por los puentes del viento los oscuros relinchos delatores de Perse. Por las cítaras rústicas y los cantos labriegos. Por Virgilio y sus armas y fragantes hexámetros, como tierra rojiza donde crece la salvia.

Por la longevidad de aquellos que decoran la piel de las serpientes y trazan geometrías en la fosforescencia de orugas y de pétalos. Por la lavanda, agradecida todavía al sol y a las tardes de estío. Por los ecos del mundo y de todos sus pájaros cuando el silencio reina en las mañanas vírgenes de los meses de marzo. Por las sombrías pérgolas bajo la Antigüedad, en las que aún se escuchan las puntadas broncíneas de Penélope. Por el amor que arriba, trazado a mano, en naves y gabarras, para todos los que odian, de costa a costa. Por Gloria y Gamoneda.

Para que se confundan los sueños más sublimes con la realidad brutal de algunos días y no se sientan más los lamentos frecuentes ni las súplicas roncas del atropello. Para que manen fuentes allí donde las grietas parecen ya un reflejo del alto cielo y germine la mies con la facilidad de las telúricas exactitudes de Claudio. Y trepen tu sonrisa y mi enajenamiento por las alineadas alamedas que suben a Machado. Por los que han partido sin decir la caricia más atesorada para el último instante.

Por el corazón de Mestre y sus antífonas de salud en rama. Por las esquilas que aún rompen la calma de Orihuela y los secos graznidos de dos cuervos posados en este alejandrino. Por Pizarnik y Safo y las islas en las que desterramos el incapacidad y el intimismo. Por nosotros, inocentes criaturas expuestas al dolor más profundo y a la mínima herida del aire o de la mano de nuestros semejantes. Por el orbe infinito. Por su misericordia. Por Javier Sicilia, para que nunca callen su rabia ni su ímpetu, para que no enmudezcan de pena sus metáforas, pero siempre con gesto de códice o poema. Por los libros de los libros. Siempre.
(La Nueva España, 21 abril 2011)

martes, 19 de abril de 2011

Sólo tú sabes


Sólo tú sabes
lo que no escribo
cuando me encuentro solo
y te miro
y tu pelo se desborda como una cifra
de nieve.
Nadie descubrirá ese poema
entre los libros
que hablan nada más que de ti
en un idioma en blanco.


sábado, 16 de abril de 2011

La luz no entenderá


La luz no entenderá jamás
tu forma de tocarme
ni podrá descifrar quién dicta,
desde detrás de tus dedos,
esa lentitud de caricia
con que consigues separarme del cuerpo.


miércoles, 13 de abril de 2011

Apuntes


Todo lo que escribo nace y crece de mis inseguridades y desemboca en los dominios de otras incertidumbres. Todo lo que escribo limita, al norte, con mis deseos; al sur, con mis pesares; al este con lo que nunca seré; al oeste con los que están y estuvieron, mas no estarán conmigo. Lo cierto es que no tengo claro si vivimos nada más que para recordar o si, obstinados, recordamos porque no vivimos del todo, porque existimos a medias. No soy capaz de descifrar cuánta extensión de mí quedaría flotando en el presente si me arrancaran la memoria, qué proporción le debo a la esperanza, qué gracias a lo sufrido, cómo reconocerme si no echara de menos, a quién añoraría sin antes haber amado.
Escribo para enfrentarme al rápido mundo que no acepto ni me admite, al mundo que da vueltas y como el hombre tropieza y se destroza, una y mil veces, sobre la misma tierra; para abrirme en palabra, desgajarme, y encerrarme, en soledad, en algún libro, sobre una cómplice página. Para volver a lo imposible y aspirar su perfume y sentarme un momento frente a la misma mar de todos los veranos y llamarme a lo lejos y acercarme a mí mismo y sonreír de nuevo al tocar en mi carne la pureza. Para subir al humo y asumir la ceniza.
Porque nada se olvida para siempre, nada nos muere definitivamente salvo el cuerpo y la belleza, la juventud y su brillo. Porque necesitamos otra realidad, con más fondo y menos superficie, con más apego y menos odio, con menos de más. Porque hay días en que miro con más exactitud, quizás con más tristeza, las cosas, los objetos, y descubro en sus formas desconocidos túneles como de transparencia. Porque quisiera ser y formar parte del verde de los árboles, del fulgor de una estrella, del vacío del eco, de la humedad del agua. Ser y estar en la humildad de una baya, de un pétalo, de un junco entre los juncos, a la orilla de un río.
Escribo, como quien colecciona insectos muy brillantes, para poder guardar bajo alfileres instantes muy precisos, emociones intensas, aromas, fechas, gestos y solsticios. Para sobrevolar, de cuando en cuando, por queridos paisajes donde, a no ser desde el verso y su estatura, sólo crecen heridas, sólo gruñe el silencio, sólo atajos cubiertos de ramaje y espinos. Para esclarecer de dónde vengo, qué ceguera me obliga a dar la espalda a quien me espera, qué luz me aprisiona y me inmoviliza donde jamás, por mí, me hubiera detenido.
Porque, paradójicamente, me atraen los secretos de la sinceridad, me imanta la hondura de lo aparente, el más allá de lo imprevisible. Porque sé que son muchos los que piensan que un poema no vale para nada, pero un universo sin poemas, sin sentimientos que no sirven para nada, ya no sería un universo porque todo sería útil para algo, más lucrativo y nosotros aún más cicateros y mezquinos. Porque me siento a salvo cuando anudo mensajes y ahogo mis desesperos, mis deudas y mis gritos.
Escribo para asegurarme un hilo al que agarrarme en estaciones débiles y colgarme la fe como un escapulario. Para erguir una torre con los nombres que son imprescindibles, por más que en ella sólo aniden las cigüeñas. Para saborear, de tarde en tarde, los inmediatos números de antiguos almanaques, la dulzura de meses caducados, los labios que he rozado, los frutos que he vivido. Para convocar circunstancias eternamente pendientes, nubes perpetuas. Para acceder al Dios que yo sospecho, esdrújulo y sonoro. Para internarme en lo infeliz y resurgir con gozo, más entusiasta y semivivo.
Escribo porque preciso soñar por los sueños de los sueños; porque me obligo a ascender a todas las latitudes; porque me exijo seguir por diferentes caminos. Porque me reconvierto, me venzo, me sumerjo en lo opuesto, me aparto de mis pasos, examino las huellas y concluyo: cuando ya no soy nadie, soy lo que escribo. Cuando apenas existo, existo porque escribo. Cuando advierto cadenas, voy libre porque escribo. Cuando presiento muerte, escribo y sigo vivo. Acaso por consuelo, pudiera, quién lo sabe, ser puro egocentrismo.

(C) Aurelio González Ovies
Voces: Alejandra Moglia y María García Esperón
Música: Ludovico Einaudi
MMXI

jueves, 7 de abril de 2011

Que no se extinga el poema

* Fragmento de una conferencia de Aurelio González Ovies
Federación de Asociaciones de Profesores de Español

Aurelio González Ovies. Foto: Catamaram
Todo retorna a nuestros labios, porque todo, al cabo, cabe en nuestros versos y así, más pronto o más tarde “todo regresará, pero nunca lo mismo”. Que no se extinga el poema. Que no mueran los libros. Necesitamos leer, escribir. Necesitamos libros que nos acerquen a la libertad, que nos desgajen la realidad en múltiples realidades irreales.
Necesitamos libros: libros para enamorar hasta lo eterno las manos que los abren; libros donde lo peor nunca esté por llegar; libros para que el mundo no siga en esta línea, para que la enredadera de la voz trepe sin tregua por la espalda de una página; para que no se apaguen del todo los sueños ni la delación; para que no se extingan por completo el eco ni la noche; para que permanezcan los débiles tendidos de la comunicación.
Libros en heredad, donde la tierra preserve un párrafo que dé a la mar, desde donde esparcir sus cenizas y nuestros restos. Libros donde el error y la sinrazón irradien en los embalses de la memoria como una cima majestuosa.
Libros para que los jóvenes y el mañana imaginen el oro en la luz de una mirada; y sepan dónde encontrarse con el acierto, cuándo coincidir en la impuntualidad; cómo decir lo que jamás se habla, cómo expresar lo que se callaría definitivamente.
Libros donde un tirano se arrepiente sobre el borrado boceto de una rosa y llora por los siglos de los siglos. Libros para reverdecer, para no impedir que los caballos de la libertad relinchen y galopen entre la grama y la pradería de un verso; ni que el pájaro carpintero taladre por abril los troncos infinitos del lenguaje. Para que las orugas absorban fosforescencia en sílabas medicinales; y los gatos maúllen sobre las chimeneas de oraciones en luna llena. Libros en los que los grillos puedan resguardar sus recónditas cuevas; y la naturaleza incubar sus ciclos transitivos.
Libros plagados de verano y frescura de higueras; desde donde vuelen los gansos y emigren los hipérbaton; libros ilegítimos, de mayúsculas insolentes y transgresoras; terminantes libros escarpados, creados para precipitarse al vacío desde su intensidad.
Libros escritos desde la lluvia, encuadernados con río, traducidos en azul y al viento, rubricados por la extrañeza y sus impactos.
Libros para los arroyos de la ternura. Para dragar los estanques de la historia y derribar sus ancestrales estatuas de cántaros y caños de sangre.
Libros abrevadero en los que la armonía gotee y en sus ondas se vean reflejadas las bestias como un remordimiento y se espanten y huyan a decapitarse en un índice.
Libros donde el sol mantenga su propio horario y el laurel arome las metáforas. Donde el idioma prenda y ocasione vocablos asombrosos, esbeltos como cipreses.
Libros de amor en rama, con el éxtasis de un instante y su presencia eterna; libros silvestres, afrutados, con miel adjetival y amargas bayas de suicidio. Libros para que jamás se haga jamás; que nos devuelvan lo que ignoramos.
Para arder en deseos y anhelar entrar en quienes sienten como nosotros, quienes parecen un espejo de nosotros. Donde volvamos a nacer al pronunciar un enunciado inexistente. Libros con patios a la literatura y a sus pérgolas de sintaxis envejecida.
Libros hermosos, con desinencias y trayectos hacia reinos deliciosos; donde nos espere lo que no sucede a tiempo o lo que termina de forma irremediable. Libros tránsito para enseñar a morir de otras muertes y aprender vidas inconcebibles. Libros con la misma y única maquinaria del corazón, perfecta y quebradiza. Libros como agua, indispensables para la sed humana. Cálidos, como el vaho de los animales en las cuadras; inolvidables como la primera vez de cualquier vez primera. Libros para una segunda oportunidad y para una despedida que no tuvo lugar. Libros con bifurcaciones e indicadores lo inverosímil. Por donde podamos desfilar hasta abrazar los brazos abiertos de los antepasados. Libros inamovibles y horizontales como la compostura de los difuntos. Invadidos de ahogo como una boca colmada de terreno. Sinónimos de la locura y sus extravagancias clarividentes.
Dementes libros bondadosos, al fondo del fondo, donde arde la tenue vela de la verdad.

Libros como desiertos que nos cieguen con borrascas de arena. Libros con arresto y brújulas para saber a qué distancia aproximarnos en los turnos de desamparo; con provincias y parajes y el solo soplo de la brisa y la flor que deshoja de los manzanos. Libros intransigentes, con la virtud de los vicios, contrarios a toda sustancia; poemas adictos a espirales de encabalgamientos indómitos; poemas encabalgados desde aquí abajo, donde se acaba el universo, hasta el allá, en ciernes, donde comienza la cordura.
Libros.
Con el desenlace de lo que nunca sería del todo.